jueves, 11 de octubre de 2007

Lowry

No me concentro. Tengo un día complicado. Paseo y doy vueltas por la mañana de una ciudad que va pulsando los botones de encendido y funcionamiento. Entro en una librería y salgo con un libro de poemas de Malcolm Lowry. Desconocía que escribiese poesía y pienso que todo lo que sé de él es lo que he encontrado en los pasajes escuetos de Bajo el Volcán, uno de esos libros que he ido posponiendo por miedo a que pase demasiado deprisa por mi vida... otra de esas estupideces que uno nunca deja de acometer. Me siento en la Plaza de las Pasiegas. Hay tránsito de periódicos, zapatos y paradas de desayuno.

Lowry es una de las búsquedas más vertiginosas de la autodestrucción que me he cruzado. Es desgarrador queriendo, a toda costa, mirar como cotidiano lo desesperado. Las cantinas, Venus, El Idioma del dolor del hombre... Lowry mira y habla con voz dejada, o tal vez rajada, como un barco cada vez más agrietado que indefectiblemente navega hacia el norte.

Como hombres sentados en plazas que desearíamos ver vacías, para sentirnos más autorizados moralmente a ciertos miedos, más conocidos, menos hondos; Para no plantearnos miedos de palabras comunes, y de hombres y mujeres comprobando el reloj; de perros al sol y repartidores; de te llamo en cinco minutos o simplemente no quiero llamarte, de bibliotecas ya abiertas y deberías estar en otro sitio trabajando o tal vez mirando todos los espejos oblicuos de la ciudad.


Hombres con abrigo azotados por el viento


Nuestras vidas, no lo lamentemos
son como cigarrillos frenéticos
que en días de tormenta
los hombres encienden contra el viento
con hábil mano protectora
y después se encienden tan a fondo
como deudas que no podemos pagar
y se fuman tan deprisa a sí mismos
que uno casi no tiene tiempo de encender
una segunda vida que podría
desarrollarse más blandamente que la primera
y en definitiva no saben a nada
y por lo general se tiran.

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