No sabe exactamente cuántas semanas van... Recuerda que iba a empezar un libro que ya ha terminado. El caso es que no volvió a poner el volumen del teléfono. Lo dejó en silencio. No tiene claro si fue que lo olvidó al despertar, o fue en otro momento tonto de la noche, mientras intentaba recordar una canción que se había ido apretando fuerte el acelerador, como una chica que no aguanta más las promesas que no llegan.
Gira la cabeza al notar una luz pequeña y azul cuando alguien llama. Llamadas que no emiten sonido ninguno. Se queda mirando un nombre, un número, un aviso en la pantalla hasta que cesa la luz muda. Retorno.
Se hice a la idea de que así era más fácil; O tal vez no se molestó en volver a ponerlo a funcionar. Tiene toneladas de llamadas perdidas y de broncas pendientes... El libro ahora es diferente, y por medio pasaron otros dos libros, cómics y recortes. El teléfono está ahí, delante, en silencio. Pero ahora da la impresión de ser todo; silencio todo. En silencio habitaciones y ventanas, mudos de holas, cómos, porqués y adioses varios;
Miro un rato más. Entonces me viene a la mente Carver, y uno de sus poemas que recuerdo a trozos. Aparto la vista y voy a la estantería tras el tomo; de pie, en el mismo sitio, voy buscando.
Leyendo
La vida de cada hombre es un misterio, como
la tuya o la mía. Imagina
un palacete con una ventana abierta
sobre el lago Génova. Allí, en la ventana,
los días cálidos y soleados, se ve a un hombre
tan enfrascado en su lectura que no levanta
la vista. Y si lo hace, marca la página
con el dedo, alza los ojos y cruza con la vista
el agua hasta Mont Blanc,
y más allá, hasta Selah, Washington,
donde está con una chica
y se emborracha por primera vez
Lo último que recuerda, antes
de perder el conocimiento, es que ella le escupe
Sigue bebiendo
y recibiendo escupitajos durante años.
Pero más de uno te diría
que el sufrimiento es bueno para el carácter.
Eres libre de creértelo o no.
En cualquier caso, el tipo vuelve
a su lectura y no se sentirá
culpable de que su madre
navegue a la deriva en su barca de tristeza,
ni piensa tampoco en los problemas
de sus hijos, que suceden y se suceden.
Tampoco intenta pensar
en la mujer de ojos claros a la que amó una vez
y desapareció en manos de la religión oriental.
Su dolor ya no tiene origen ni final.
Que se acerque alguien del palacete, o de Selah,
con algún tipo de parentesco con este hombre
que se sienta a leer todo el día junto a la ventana,
como el cuadro de un hombre leyendo.
Que se acerque el sol.
O que el propio hombre se acerque.
¿Qué demonios estará leyendo?
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