Cualquier otro no hubiese sido válido. Fue ése el momento exacto; la hora, las nubes, el día y la lluvia perfecta. Visitar París resultaba toda una responsabilidad para mi y Père Lachaise era una de mis dos únicas plazas no negociables. La primera hora de la mañana trajo consigo una lluvia fina y dispersa, brillante sobre los tonos grisáceos del cielo y la piedra. Entre árboles que asoman encrespadas y pronunciadísimas raíces que se elevan y caen violentamente, el Monument aux Morts desvía los pasos sin predeterminar hacia la tumba de Chopin, inconcebible ahora en cualquier otro sitio. Entre trozos despiertos o arrancados de otros sepulcros sin nombres o filiación ya ninguna, parece marcar los tempos de todo el camino. Los pies, las manos, la espalda; todo continua su movimiento; y hay una impresión de estar caminando por el borde de delgadas láminas de vidrio, evitando cualquier intervención que pueda hacerlas estallar en un ruido ensordecedor.
La belleza de los cementerios siempre me ha atraído. Tiene cierta argumentación lógica: La Belleza y la condición de lo sublime sobresaliendo a partir de algo tan descorazonadamente democrático como la muerte.
Jardín de columnas celestes, los sepulcros de Georges Rodenbach, Victor Noir, Théodore Gericault... Todos elevan los paisajes pétreos al cielo, al que hoy tiñen con sus tonos. Sobre la tumba de Oscar Wilde, infinidad de besos inenarrablente apasionados. Oscar Wilde, junto con Barbey d'Aurevilly y Charles Baudelaire, fue uno de los máximos representantes del dandysmo en el Siglo XIX. El dandy sobresale, provoca, asume como única realidad su propio yo a diferencia de todos; su yo a despecho de todos, que señalaría Sartre al hablar de Baudelaire; la genialidad sobre la mediocridad, la elegancia sobre la vulgaridad, la belleza, provenga ésta del cielo o del más profundo infierno, en las aristas invisibles para la multitud.
Ahí tienes -digo- la razón de los besos. Su muerte no podía ser una muerte más; Por eso los labios vienen a alzar, cada día, la belleza de este cuerpo que no buscó sino belleza. Las raíces del placer se intrincan en las del dolor abriéndose paso en un baile desgarrado. Besos que vienen a arrancar del resto, de todos los demás, a esta figura mediante uniones carnales que desafían orgullosas las reglas y los dictados universales del cielo o el infierno.
Ahí tienes -digo- la razón de los besos. Su muerte no podía ser una muerte más; Por eso los labios vienen a alzar, cada día, la belleza de este cuerpo que no buscó sino belleza. Las raíces del placer se intrincan en las del dolor abriéndose paso en un baile desgarrado. Besos que vienen a arrancar del resto, de todos los demás, a esta figura mediante uniones carnales que desafían orgullosas las reglas y los dictados universales del cielo o el infierno.
Un día nació en su alma el deseo de esculpir la estatua de El Placer que dura un instante. Y se fue por el mundo en busca de bronce, porque no podía contemplar sus obras más que en bronce. Pero el bronce había desaparecido del mundo entero y en ninguna parte de la Tierra podía encontrarse, salvo el bronce empleado en la estatua de El Dolor que se sufre toda la vida. Y era precisamente él mismo quien con sus propias manos había modelado esa estatua, colocándola en la tumba del único ser al que amó en su vida.Erigió, pues, en la tumba de aquella mujer fallecida aquella estatua que era creación suya, para que fuese como señal del amor del hombre que es inmortal, y como símbolo del dolor humano que se sufre durante toda la vida.Y en el mundo entero no había mas bronce que el de esa estatua. Cogió entonces la estatua que había creado antaño, la metió en un gran horno y la entregó al fuego.Y con el bronce de la estatua de El Dolor que se sufre toda la vida cinceló la estatua de El Placer que dura un instante.Oscar Wilde - El Artista
Poemas en prosa
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