Debe ser por las manías que pasean en desfile por mi espalda; o porque me volví tan sumamente cauteloso de quien me rodea que selecciono hasta el extremo con quien cruzo una palabra. Debe ser por eso, que entro en una librería maldiciendo las palabras que me llevo repitiendo años y salgo llevando en la mano El Diccionario del Diablo, de Ambrose Bierce. Puestos a escoger un interlocutor, es mejor ir a las claras. No cabe duda de que el Diablo es un contertulio sagaz al tiempo que hábil; rara vez con él las conversación o las palabras son vanas, pero, igualmente, es necesario usar las exactas.
Ambrose Bierce (1842-¿1914?) atraviesa con una mirada afilada a cuchillo cada uno de los aspectos de la realidad y opta por inyectar a las palabras, a través de la finísima aguja de la ironía, su verdadero significado. Como si se tratase de los espejos cóncavos y convexos del callejón del gato, Bierce deforma la semántica del vocabulario para mostrar la realidad tal cual es ahora; para mostrar las metamorfosis de las ideas que han quedado cubiertas por un uso en igual modo pretendido que olvidado, o manoseado a discreción. Bierce coge prestados los ojos del diablo, los mismos tal vez que mostrará en algunas de sus historias (la escritura de Bierce es heredera directa de Poe, y fundamental para otras posteriores como la de Lovecraft) y, al igual que el Diablo, entre el humor y el dolor, se recrea y se estremece ante la visión que su propia mirada le ofrecen. La ironía le mueve desde el regocijo despiadado hasta la conciencia cruda y sangrante.
A finales de 1913 Bierce pasea por los campos de batalla donde descansaron los cadáveres y las atrocidades de su juventud; poco más tarde cruza la frontera con México, entonces en plena revolución; el día de Nochebuena de ese mismo año envió un par de telegramas y nunca se volvió a saber de él. ¿Había dejado de hablar aquella lengua definitivamente, para salir en busca de las expresiones iniciales, los lenguajes primigenios del hombre?
Quedan pocas palabras en el bolsillo. Dejo algunos Ases.
A finales de 1913 Bierce pasea por los campos de batalla donde descansaron los cadáveres y las atrocidades de su juventud; poco más tarde cruza la frontera con México, entonces en plena revolución; el día de Nochebuena de ese mismo año envió un par de telegramas y nunca se volvió a saber de él. ¿Había dejado de hablar aquella lengua definitivamente, para salir en busca de las expresiones iniciales, los lenguajes primigenios del hombre?
Quedan pocas palabras en el bolsillo. Dejo algunos Ases.
- AUSENTE, adj. Expuesto a los ataques de amigos y conocidos; difamado; calumniado.
- ABDICACIÓN, s. Acción de entregar una corona a cambio de una cogulla, con el fin de dedicarse a coleccionar tibias y uñas de santos. Renuncia voluntaria a lo que ya fue quitado por la fuerza. Legado de un trono, con el propósito de saborear el malestar de un sucesor. Por todas estas definiciones estamos en deuda con la historia española.
- ABSTEMIO, adj. Persona débil que sucumbe ante la tentación de negarse a un placer. Abstemio total es quien se abstiene de todo, salvo de la abstención, y especialmente de no entrometerse en los asuntos ajenos.
- ALIANZA, s. En política internacional, la unión de dos ladrones, cada uno de los cuales tiene sus manos tan profundamente metidas en el bolsillo del otro que les resulta imposible robar por separado a un tercero.
- AÑO, s. Un periodo de trescientas sesenta y cinco decepciones.
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