miércoles, 19 de noviembre de 2008

Cinco canciones (VIII)

El concierto del pasado sábado de Quique González y la Aristocracia del Barrio me ha hecho recordar en apenas dos horas todas las cosas que me gustan y que me hacen imprescindible la música.

Las canciones bien hechas, el mimo en las estrofas, las asonancias brillantes, o los versos libres caídos como un mazo en el ánimo, no se riñen con las guitarras crujientes y afiladas, o con los riffs toscos y al tiempo elegantes; con la intensidad y el sentimiento de un concierto que no se puede calificar con otra palabra que no sea rock, y con el rock, ya sabéis, ocurre como con la poesía: es justamente aquello que te queda cuando terminas de intentar definir lo que es. La electricidad y la emoción perfectamente amalgamadas fueron las constantes de este concierto que aún llevo resonando en los huesos. Acojonante. Sin más calificativos. No se puede imaginar cuánto lo odio por escribir algunas de las canciones que siempre querría haber escrito.

Quique González ha llevado su carrera con brazo artesano; desde aquel Personal (1998) que salió a la luz en parte gracias a la cabezonería incesante de Enrique Urquijo ante las discográficas, hasta el día de ayer. Y ha sabido alejarse lo suficiente de la etiqueta de cantautor y sus connotaciones más incómodas -como en su día y, salvando las distancias, le tocó a Springsteen deshacerse de la de el nuevo Dylan- sin echar mano de otra cosa que no sean sus propios discos, su trabajo, y a través de la coherencia, cualidad bastante inestable en el panorama musical. Así el repaso a la discografía nos muestra una obra sólida a prueba de vaivenes extramusicales. Más afianzado desde el perfecto La noche americana (2005) y el posterior Avería y redención (2007) en un sonido más coagulado en su formación de banda, Creo que nadie podría discutir que Kamikazes Enamorados (2003), desde su sobriedad magistral y su ausencia casi total de bajos y baterías es un disco de rock, y que cada una de sus pistas leves e intimísimas para nada desmerecen esta clasificación. Uno de los argumentos que juega a su favor, es que sus canciones se elevan por encima de la aparente desnudez al tiempo

El tema que da nombre al disco siempre ha sido uno de los preferidos del autor de este blog. El Do mayor que abre Kamikazes Enamorados sobrecoge y envuelve, hablando de aquellos que se lanzan a por ese algo (¡siempre ese algo!) de un modo frenético aún a sabiendas de que puede , y de hecho lo hará, plantear para ellos su propia calamidad. Los batacazos y los aterrizajes en llamas se suceden a pesar de ese no es imposible con el que se visten las heridas, y lo obtenido nunca alcanza el ideal, el algo, que se mantiene perfecto, intocable, y que permite al que lo busca mantenerse firme; de algún modo, seguir siendo. Pero ¿no es eso definitivamente lo que hace alzar las figuras gigantes o refulgentes entre la multitud a pesar de sus sombras interiores?




No hay vía libre, es una trampa genial.
No hay vía libre, si se divide en un par.
Te obligan a que rime en un verso crucial.
Ávidos por descubrir, y nunca tienen límite

Aún quieren más, no se permiten ir a medio gas.
Crimen racional, siempre mide mal,
causando desperfectos

Como kamikazes enamorados
Como pistoleros de sangre caliente,
juégatela un poco, valiente...
Kamikazes enamorados...

No es imposible, es un asunto trivial.
No es imposible, solo hay películas sin estrenar
esperan a que culmine la escena mortal,
antes de sobrevivir, pisando tierra firme.

Aún quieres más, Estás a tiempo de volverte atrás.
Fuego en el cajón, carne de cañón
Heridas invisibles...

Somos kamikazes enamorados,
somos pistoleros de sangre caliente,
juégatela un poco, valiente.
Kamikazes enamorados...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

bueno,esto es infidelidad en toda regla.
...y que?no pica el gusanillo?

te extraño

Anónimo dijo...

Claro que pica. Siempre.

Abrazos.